El olfato, la boca, los ojos, el estómago, la mente y los sentimientos
condicionan distintas conductas alimentarias, que se identifican con
diversos tipos de hambre.
¿Quién no ha sentido ganas de comer la hamburguesa con patatas fritas cuando ve el anuncio por televisión?
¿O no puede evitar comer palomitas cuando entra al cine? ¿Y entrar en
la pastelería a por un cruasán cuando percibe el olor del hojaldre
recién hecho? Este tipo de conductas, ¿responden al hambre entendida
como una necesidad básica o más bien a apetito o apetencia por algún
alimento concreto? ¿Sabríamos contar cuántas veces a lo largo del día
tenemos pensamientos centrados en la comida o en los alimentos? Aunque
pueda parecer una obviedad, en muchas ocasiones comemos sin pensar, como un acto reflejo y sin tomar conciencia del momento. Para evitar este comportamiento y sus consecuencias, a continuación se describen los siete tipos de hambre que, en general, nos condicionan.
Tipos de hambre: siete casos que nos condicionan
Jan Chozen Bays, pediatra de Harvard y autora del libro 'Mindful Eating: A guide to Rediscovering a Healthy and Joyful Relationship with Food'
('Comer Consciente: Una guía para redescubrir una relación sana y
alegre con los alimentos') identifica siete tipos de hambre, una
clasificación que ayuda a esclarecer los distintos comportamientos
alimentarios con los que nos podemos sentir identificados, de forma
habitual o en momentos concretos de nuestras vivencias. Dado que nuestra
manera de relacionarnos con la comida afecta a nuestra salud, resulta
interesante reconocer y reflexionar sobre el tipo de comportamiento
alimentario con el que uno se siente identificado.
1. Comer por los ojos. Es el tipo de hambre que nos hace comer incluso cuando estamos llenos al ver la foto de un postre o de una jugosa hamburguesa; o beber un refresco al ver el anuncio de una bebida burbujeante... Hay que reconocer el gran trabajo de las sesiones de "maquillaje"
que se aplican a los alimentos que aparecen en carteles, paneles,
anuncios de televisión o menús de restaurantes para hacerlos más
apetitosos, acentuar su color natural o conseguir los colores más vivos
posibles, entre otras particularidades. El objetivo perseguido es que
los "potenciales consumidores" deseemos comer el alimento al
experimentar "solo con verlo" la gustosa sensación de "crujiente" al ver
la foto de las patatas fritas; sentir cómo el chocolate se "derrite" en
la boca y reconocer como "fresquísimas y turgentes" las hojas de
lechuga y las rodajas de tomate de la hamburguesa de la foto. Según
señala Bays, son muchas las investigaciones que han demostrado que "la vista es muy potente a la hora de influir en el comportamiento alimentario
e incluso puede anular todas las demás señales de saciedad". ¿Hasta qué
punto nos influye este aspecto a la hora de desear comer determinados
alimentos?
2. Hambre de olfato. De manera continuada estamos
expuestos a aromas de alimentos tentadores, como el del pan o los
cruasanes recién horneados, el del café recién hecho o el de las
palomitas de maíz a la entrada del cine. Antes de lanzarse de manera
precipitada (y sin pensar) a comer estos alimentos tan atractivos, los
expertos coinciden en la importancia de tomar conciencia de la
situación: pararse antes y pensar si de verdad se tiene hambre, cuántas
horas han pasado desde la última comida, y cuánto queda para la
siguiente. Bays, además, sugiere hacer un ejercicio de toma de
conciencia, y tratar de dar respuesta a las siguientes cuestiones:
- ¿Cuántos olores puede detectar al margen del que desprenden los alimentos que han despertado su interés?
- ¿Cómo cambia el sabor del alimento a medida que inhala y exhala?
- ¿Cuánto tiempo persiste el sabor después de tragar?
Por otra parte, distintos ensayos clínicos se centran en la capacidad de saciar que tiene el sentido del olfato. Desde el Research Center of the Institut Paul Bocuse se parte de la hipótesis
de que el aroma de un alimento que se ingiere al comienzo de una comida
disminuye o suaviza el sabor de un alimento con el mismo aroma que se
ingiere al final. Esta cualidad, bien analizada y conocida, puede servir
para modular ciertas conductas alimentarias o favorecer el control de
la saciedad.
3. Hambre de boca. La experta en comportamiento
alimentario lo describe como "el tipo de hambre que experimentan quienes
tienen la 'necesidad' de probar constantemente nuevos sabores y
texturas". Una forma de advertir estas sensaciones es prepararse un
plato compuesto por alimentos de diferentes texturas: zanahorias crudas y
frías, patatas calientes y cremosas, palomitas de maíz, colines de
pan..., masticar cada bocado entre 15 y 20 veces, y centrar la atención
en las sensaciones de la boca y en los movimientos de la lengua. También
resulta curioso experimentar la textura y el sabor de alimentos menos
comunes, como distintas frutas exóticas (el maracuyá, los lichis o los
nísperos, entre otros) según se prueben todavía verdes o en su punto
óptimo de consumo. En otras circunstancias de pérdida de salud se
experimenta justo lo contrario, la pérdida de gusto
por los alimentos. Esforzarse en la presentación de los platos, en los
olores y en las texturas es fundamental para que la persona enferma
recupere el apetito y la salud.
4. Hambre de estómago. "Tengo ataques de hambre" es una
frase que refleja este tipo de apetito, que conduce a comer más y de una
manera desmedida. En estos casos, es importante dar pautas y enseñar técnicas de control
de la ingesta para distinguir y no confundir la sensación de ansiedad
con el hambre. ¿Tengo realmente hambre o en realidad es apetencia por
algún sabor o por algún alimento en concreto? ¿Me entran ganas de comer
siempre a la misma hora? Si por el contrario, el "estómago" pide algún
alimento concreto, la doctora sugiere observarse a uno mismo y reconocer
las sensaciones que le invaden en cada momento. ¿Tensión? ¿Nerviosismo?
¿Inquietud? ¿Fatiga mental? ¿Alegría? ¿Euforia? Es posible que el
cuerpo no esté necesitado tanto de comida, pero sí de descanso. Unos
ejercicios de estiramientos, unas respiraciones profundas, salir a la
calle unos minutos a respirar aire fresco pueden ayudar a identificar el
origen del apetito. Saborear un té o comer pausadamente una fruta o
unas tortitas de cereales son algunas propuestas sanas; mucho más
ligeras (y digestivas) que caer en la tentación de comer la galleta de
chocolate, el bombón, las patatas fritas o los frutos secos.
5. Hambre celular. Responde a uno de los instintos más primarios: cuestión de supervivencia. Por ejemplo, está estudiado que la preferencia por el sabor dulce
es innata, determinada por una predisposición genética a sobrevivir, al
mantenimiento de la especie. La especialista explica este tipo de
hambre como la necesidad orgánica de ciertos nutrientes que se ve
referida como la querencia por comer alimentos muy concretos: chocolate,
zanahorias, almendras (y no otros frutos secos), queso, sardinas
enlatadas... También advierte que "el cuerpo lo pide para funcionar de
manera óptima, aunque la mayoría de nosotros hemos perdido la capacidad
de oír lo que nos está pidiendo", ya que popularmente estos
comportamientos se identifican como "antojos".
6. Mind hunger o hambre de mente o de pensamientos.
Pensamientos como "tengo que comer menos azúcar", "debo cocinar con
menos grasa", "desayuno el doble porque tal vez no tenga tiempo de
almorzar", o "después de este día tan estresante, me merezco un bollo de
chocolate" son algunos ejemplos de este tipo de "hambre". Pero también
lo son aquellas maneras en el comer condicionadas por los resultados de
los últimos estudios científicos (alabanza o exaltación de ciertos
alimentos a los que se asocian propiedades muy saludables), aunque no
tenga el consenso de la comunidad científica o sea producto del marketing
alimentario del momento. Pero "por si acaso"... La doctora Bays
traslada una reflexión muy interesante, que es que "cuando comemos en
base a los pensamientos, nuestra alimentación se basa por lo general en
la preocupación", lo cual nos puede conducir a comer demasiado sin
justificación, o todo lo contrario, a dietas estrictas
sin fundamento dietético ni médico, a una alimentación muy limitada y
monótona que no se puede sostener en el tiempo porque comprometería la
propia salud física y el equilibrio mental. El poder de la mente es
inmenso, y es el responsable en gran medida de nuestro comportamiento
alimentario.
7. Hambre del corazón. Es el tipo de hambre que se siente ante un vacío sentimental,
que conduce a buscar el alimento o la comida como modo de compensar o
llenar ese vacío, que evoque los momentos felices vividos y, de una
manera indirecta, al comerlo, uno se siente bien, reconfortado. Según
Bays, las relaciones "más desequilibradas con los alimentos son causadas
por no atender a los sentimientos". En esta línea, el psicólogo clínico
Esteban Cañamares, especialista en temas de comportamiento alimentario,
cuenta en su libro '¿Por qué no puedo adelgazar?' lo importante de
recordar que "comer es un placer, y como tal puede exagerarse para
compensar insatisfacciones en otras áreas de la vida". De ahí la
importancia de llenar los corazones de distintas maneras, tal y como
plantean los especialistas: atender a los amigos, llamar a un ser
querido, cuidar el jardín, hacer un regalo, escuchar música, dar un
paseo, disfrutar de la naturaleza, agradecer lo que se tiene...
Via:
http://www.consumer.es/web/es/alimentacion/aprender_a_comer_bien/curiosidades/2013/09/19/218127.php
Volver cuanto antes a los buenos hábitos alimentarios es la fórmula más
eficaz para liberarse de la hinchazón abdominal y de los kilos ganados
durante el verano
¿Cómo podemos recuperar la rutina de una dieta sana sin que aparezcan o se acentúen losepisodios de ansiedad por haber comido aquello que menos conviene? Dejar las patatas fritas y
las cañitas tan típicas del verano y volver poco a poco a la comida
casera, equilibrada, menos calórica o grasienta es fundamental, tanto
para el bienestar físico como para el equilibrio emocional. Los mayores excesos
cometidos durante las vacaciones se reflejan con malestares -sobre
todo, digestivos-, con unos kilos ganados, e incluso con persistentes y
molestas contracturas o dolencias musculares y articulares. Es el
momento de cumplir con el refrán "no dejes para mañana lo que puedas
hacer hoy"; síntoma de buena salud, seguridad, confianza, buen ánimo y
buena disponibilidad. A continuación se detallan los errores
alimentarios más comunes que se cometen durante el verano y se brindan
ideas para iniciar el cambio alimentario.
Cuatro ideas para iniciar el cambio alimentario
Aunque el objetivo final sea retomar unos buenos hábitos alimentarios
tras las transgresiones dietéticas del periodo estival, los cambios
radicales de inicio pueden agravar la ansiedad, la angustia y la pereza
que acompañan a la vuelta. Así, las dos primeras semanas tras el retorno
se pueden dedicar a llevar a cabo el cambio gradual tanto de alimentos
como de frecuencia de consumo, horarios de comidas y modos en el comer,
con el fin de no pasar de un día a otro del típico "menú de vacaciones" a
la comida "de trabajo".
Volver cuanto antes a los buenos hábitos alimentarios es la fórmula más
eficaz para sentir los resultados de una dieta sana; para liberarse de
la hinchazón abdominal y de los kilos ganados durante el verano. Para
ajustar el cambio a las necesidades de cada uno, a continuación se
listan los principales errores alimentarios del verano y sus respectivos
consejos para erradicarlos.
El menú veraniego dulce. Es lo típico de desayunar
tostadas untadas con mermelada o crema de cacao azucarada y zumo; tomar
postres dulces, un helado diario, refrescos o zumos azucarados entre
horas, chocolate, chucherías, etc.
-
El cambio obligado: freno a los azúcares. Además de los
típicos alimentos dulces y azucarados, a la hora de frenar el consumo
de azúcares cabe considerar y limitar la ingesta de otros productos de presencia habitual en la alimentación como cereales de desayuno,
zumos, ciertas bebidas, etc. Los siguientes consejos ayudan a hacer más saludables las tentaciones dulces: usar vajilla pequeña, servir el postre y retirar o sustituir el
azúcar de las recetas por otros alimentos más sanos. Un buen comienzo
puede ser sustituir las galletas o las tostadas con mermelada por pan
tostado con aceite, pan con jamón, o acompañado con queso fresco o con
requesón y nueces, con mezcla de frutos secos, un muesli... Y de postre,
tras las comidas, una infusión digestiva (las que llevan regaliz tienen
un contrapunto dulce muy gustoso).
Escasez de frutas. Aunque la oferta de fruta veraniega
es la más variada, colorida y dulzona en comparación con el resto de
temporadas, para muchas personas queda relegada a un segundo plano
cuando aparecen los postres dulces y los helados, o pasan directo al
café con hielo. La sequedad de la piel y del cabello la descamación, más acentuada en codos, rodillas, talones o en el
cuero cabelludo, pueden empeorar por un aporte insuficiente de
nutrientes (como las vitaminas A y C) que sirven a la regeneración
celular.
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El cambio obligado: fruta fresca, a diario. Las frutas
más ricas en los nutrientes dermo-protectores son: naranjas, kiwi,
mango, nísperos, caquis y frutos del bosque (grosellas, frambuesas,
arándanos). Los orejones de albaricoque concentran hasta diez veces más
vitamina A y carotenoides que el resto de frutas secas, y más aún que la
fruta fresca. Se puede comenzar la mañana con un bol de copos de avena con orejones
y manzana rallada. Comer la fruta antes de las comidas puede ser un
hábito fácil de recordar y de repetir hasta que se convierta en una sana
costumbre. Después de tanto exceso, tomar en ayunas agua con zumo de
limón es un buen complemento.
Verano de barbacoas y parrilladas. Las costumbres
alimentarias veraniegas predisponen por lo general a un consumo
exagerado de proteína animal. A los desayunos de buffet libre colmados de huevos en sus variadas presentaciones (fritos, revueltos,
duros...), bacón, jamón, diversidad de quesos, etc., se suman las
barbacoas de carnes y embutidos, las parrilladas de pescados y de
marisco... Si se hicieran cuentas de la cantidad diaria de proteinas
ingerida, se superaría con creces la recomendación de consumo de 0,8-1
gramo por kilo de peso y día, con las consecuencias nefastas para la
salud de tanto exceso mantenido.
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El cambio obligado: tope a la proteína animal. Para
quienes son muy "carnívoros", el inicio del cambio puede ser limitar la
ración de proteína animal (carne, pescado o huevos) en comidas o cenas, y
en cantidades razonables; unos 150 gramos de pescado o 120 gramos de
carne. A partir de ahí se puede integrar como un hábito saludable el
hecho de no tomar carne al menos un día por semana, o siempre que se
coman legumbres. En este caso, las legumbres se combinan con cereales
(arroz, cuscús, bulgur, mijo...) y se acompañan de un plato de verdura o
de ensalada para conformar un menú completo, nutritivo y saludable, y
para la cena se reserva el pescado.
Refrescos y cervezas a diario. Las bebidas carbonatadas
proporcionan sensación de hinchazón, aumentan el volumen y pueden
sumarse como causa de hinchazón abdominal, flatulencias y molestias
digestivas. El alcohol, aunque provenga de bebidas de baja graduación
(cerveza, vino, sidra, cava), lleva asociados riesgos
y carga la función hepática, dado que el hígado tiene una capacidad
limitada para metabolizarlo. Por ello no conviene excederse tampoco en
vacaciones. Las bebidas energéticas,
dada su naturaleza excitante, suponen un problema para la salud de
quienes tienen hipertensión y cardiopatías, y pueden alterar demasiado a
quienes son sensibles a la cafeína.
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El cambio obligado: adiós a las burbujas. El agua fresca, filtrada o embotellada, debe contemplarse ya como bebida de elección. Si se pretende acentuar el efecto depurativo del agua, se puede tomar como entrante de comidas y cenas un caldo de
verduras, y agua con limón en ayunas. El apio, la borraja, la achicoria,
la lechuga, la cebolla, la col o el rábano son hortalizas y verduras
que añadir al caldo vegetal. Escoger, entre todos los alimentos, los más
idóneos para combatir la hinchazón abdominal ayuda a sentirse antes más ligero.
Planificar el menú de la semana
Septiembre, mes de retorno vacacional para la mayoría de la población,
coincide también con el comienzo de los niños en la escuela, pero solo
hasta mediodía. Esto significa que comen en casa, de modo que se ha de
procurar tener planificada toda la semana
de menús para improvisar lo menos posible la alimentación familiar. Los
niños también sufren los cambios, y les cuesta adaptarse a los ritmos
ordenados de las comidas, a las pautas de alimentación más equilibradas,
sin tanta permisividad como la que han disfrutado durante las
vacaciones.
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Plan de menús. Para que la organización sea más
sencilla, es necesario ser previsores y aprovechar el tiempo libre entre
semana o el fin de semana para preparar comidas para los siguientes
días. En el frigorífico, las comidas preparadas, guardadas en
recipientes cerrados pueden conservarse en perfecto estado entre 2 y 4
días. Para el resto, si se han podido adelantar algunos guisos, estos se
pueden congelar y descongelar justo el día anterior.
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Horarios. Los horarios son importantes y, una vez en
casa, conviene retomar de la manera más rápida y natural posible el
ritmo de horarios anterior; desde los desayunos hasta las meriendas y
las cenas. Hasta conseguir adaptarse a las exigencias del ritmo diario
(hogar, laboral, etc.), los desajustes en los horarios de las comidas
pueden ser la causa o acentuar el mal humor, la fatiga, la irritabilidad
y la labilidad emocional. En el caso de los niños (el consejo también
sirve para las personas adultas) conviene que pasen al menos 3 horas
desde que han cenado hasta que se acuestan.
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Rápido y sano. Se puede comenzar la comida casera con platos rápidos y sencillos, que posibilitan tener lista la comida o la cena en tan solo 10 minutos, pero sin comprometer la calidad nutricional.
Vía: http://www.consumer.es/web/es/alimentacion/aprender_a_comer_bien/2013/09/05/217776.php